28 mayo 2010

...la mala educación

El martes quise que me tragara la tierra. Quise morirme. A ver, que casi nunca meto la mata, pero cuando lo hago, lo hago en grande. Y lo peor: la restriego en el fango. Vamos, que se abre el cielo, suenan bombos, platillos, caen serpentinas y saltan luces de bengala.

Concretamente, lo que paso fue lo siguiente.

Iba yo muy campante a recoger la correspondencia de la tarde en la recepción. En la entrada veo un todo terreno (si, si, una camioneta), la rodeo y me dispongo a subir las escaleras. Allí está parado el conductor. Acto seguido, en cámara lenta, a suerte de slow motion, miro a los ojos al hombre. No sé qué va a hacer. Si va a seguir allí de pie. Si va a entrar. Si espera a alguien. Si se va. Así que, también, lo rodeo y sigo subiendo. De repente, oigo detrás de mí una voz. "Hola ¿eh?". Yo, sin caer en cuenta de mi error, volteo y tan contenta respondo: "Hola, buenas tardes", sonrío y sigo.

Nada más y nada menos se trataba del presidente de la empresa.

Qué horror. Luego no podía ni moverme. Me temblaban las piernas. Me sudaban las manos. Sentía mi cara caliente como un horno, roja como un tomate. A punto de explotar.

Tanto que me molesta, tanto que me quejo de la gente maleducada. Y por un día, un fatal día, he caído en su juego. En su trampa caza ratones. No hay justificación que valga. Tengo claro que no lo hice con la intención. Pero no me vale. Sé que la mayoría de los grandes empresarios viven en una nube de ego tan alta que les es imposible mirar a los demás mortales. Aunque día tras día subimos con él en el ascensor o cruzamos la misma puerta o caminamos el mismo pasillo. Ellos son maleducados, si. Pero eso no es excusa para que uno lo sea. Porque "lo cortés no quita lo valiente".

Lo hice sin querer. Pero, aún así, no tengo excusa. Me merezco todas las reprimendas mentales que he sido capaz de darme todos éstos días. Ví al señor, ojo a ojo, y no lo saludé. Pasé olímpicamente y seguí de largo en mi despiste.

Y tanto que me gusta a mí eso de decir hola, por favor y gracias.

Si me quedo sin trabajo de nuevo ya sé a qué debo agradecerle.
A la mala educación.

26 mayo 2010

o.O

...tú solito te comes el mundo.

...pero contigo me da más hambre.

23 mayo 2010

...cosas imposibles

Es curioso el modo en que suceden ciertas cosas.

El finde pasado, mi cantante favorito se presentaba en Caracas, mientras yo en Madrid me lamentaba por no poder estar allí.

A Cerati lo vi por última vez en la gira de reencuentro de Soda Stereo. Un día que esperé y preparé por algo más de un año. Porque Soda Stereo no era un grupo de mi época. Las canciones no me las sabia. Y muchísimas de ellas jamás las había escuchado. Sin embargo, aprobé con un sobresaliente. Porque llegado el día, me dejé la garganta y la memoria. Hoy hago recuento del concierto y lo único que logro recordar con claridad es el mal rato que pasé al final. Cuando nos atracaron a Gaby, a Migue y a mi. No obstante, a Cerati no he dejado de escucharlo desde que lo oí por vez primera. Me perdí en sus rulos y en su acento argentino. En su manera de bailar. En sus letras. Y, también, en su maestría con los acordes.

El sábado, al salir del holandés, vi la luz. Un poster anunciando su concierto en Madrid. 22 de octubre. El día. Lo vería de nuevo. Una sonrisa. Caminé de prisa hacia El Corte Inglés. Y compré mi entrada. La ilusión no me la quitaba nadie. O, al menos, eso creía.

El domingo pasado, luego del concierto, le dio un ACV. Ha estado internado en una clínica de Caracas. Miles de rumores pululando alrededor de todo el asunto. Que si estrés. Que si drogas. Que si alcohol. Incluso la viagra se ha mencionado. Sinceramente, a mí nada de eso me importa. Porque, al igual que muchos de los que me han escrito comentándome el asunto, sólo quiero que mejore y que vuelva a estar bien. Me da miedo pensar que no pueda tocar más nunca como lo hacía. Me aterra que pueda quedar dañado después de todo lo que han tenido que hacer para mantenerlo con vida y estable. No quiero creer que luego de tanta emoción y de tener mi entrada en la mano, la historia me vaya a jugar esa mala pasada.

Ayer, escuchando sus canciones, no pude evitar trasladar sus propias letras a este caso. Nadie podía haber previsto que algo así sucedería. Pero ese "...sé que me esperas/será la cura para todo/la cura para todo mal/que no merezcas...", se me hace fatídico. Y espero que otras letras sean su respuesta a todo esto: "...terco como soy/no me voy/me quedo aquí..."

Yo quiero aferrarme a esa idea.
Porque, después de todo, sólo él puede hacer "Cosas imposibles".

20 mayo 2010

...orgullo "made in Venezuela"

Y esto es a manera de descarga personal.

Me molesta tremendamente el venezolano que vive en un loop que se repite sin cesar. Y sin dar descanso a los demás mortales que tenemos que escucharlo. Y es que vivo en contra del discurso pregrabado. Ese que aprenden en manada y que repiten como loros. Día tras día, sea quien sea y allí a donde vaya. Siempre hay un venezolano inepto repitiendo la misma cantaleta: "Venezuela es un país que tiene de todo". Eso a las mínimas. Si te salvas del más osado que, sin haber salido nunca del país, afirma vigorosa y absurdamente que "...por su clima, Venezuela es el mejor país del mundo".

Un cerebro puede ser muy prodigioso pero si no se explota su talento, sólo queda allí. En un adjetivo calificativo más. La verdadera cuestión está en sacar provecho de lo que se tiene y no sólo llenarse la boca diciéndolo mientras se está de brazos cruzados y sin hacer nada.

Venezuela tiene de todo. Si, es cierto. Nadie puede negarlo y yo no pretendo ser la primera. El problema del país y de su gente es que no aprovecha eso que tiene. Porque no sabe cómo hacerlo. Y porque es más fácil y cómodo aplicar la viveza común y aprovecharse de eso cuando ya el trabajo está hecho. Hecho por otro. Y todo lo que queda es de la boca para afuera.

Así como enchufan el repetidor automático de "Venezuela es lo mejor", también hay la creencia de que los que vienen de afuera son seres divinos y extraplanetarios que todo lo saben y todo lo pueden. Bien porque tengan estudios en el exterior o por lo que sea. Lo de afuera siempre vale más que lo nuestro. A MENOS QUE SE TRATE DE UN VENEZOLANO QUE SE HA IDO DEL PAIS Y HA TRIUNFADO. Allí si vale la persona. Allí si la quieren rescatar. Allí si la desean con fervor para tenerla de vuelta en el país y rendirle pleitesía. Es la única forma. ¿Por qué? Porque somos tan idiotas que sólo nos gusta lo nuestro cuando lo reconoce otro.

Para muestra un botón. Boris Izaguirre. Carlos Baute. Carolina Herrera. Patricia Velázquez. Son todos nombres que suenan, que hacen tilín. Porque están afuera. Porque, a pesar de la reticencia de la Venezuela que muchos adoran pero que nada apoya, alguien de afuera apreció su trabajo y su esfuerzo y les dio un lugar que su patria no les daría en mil años.

Me revienta leer críticas al futbolista Jeffren Suárez, jugador del Barcelona, por su negativa a integrar el equipo nacional de fútbol. ¿Por qué ahora si lo quieren? ¿Por qué se les hicha tanto el pecho diciendo que es venezolano? Ah claro, porque ya triunfó y porque todo el trabajo ya lo hizo otro. Siempre quieren la papa pelada. Pues no. No y no. Se aguantan. El crío no se siente venezolano. Y razón tiene. Al fin y al cabo, ha pasado más tiempo afuera que allí. Y, en el caso del decorador caraqueño Isaac Vegas. De haberse quedado en Venezuela, muy probablemente sería tratado como un maricón más, otro decorador cutre de la ciudad, vanguardista de cartón, diseñador de mercadillo. Pero claro, como emigró y se ha labrado un camino reconocido, es hora de que le den una portada dominical y todo el mundo lo conozca por su fama en el extranjero.

¿Qué clima ni que ocho cuartos? ¿Qué demonios tiene el clima de Venezuela? Ya supérenlo y dejen de utilizarlo como muletilla. Si Venezuela fuera tan especial y tan fabulosa, no habría tanta gente removiendo árboles genealógicos de seis generaciones hacia atrás para conseguir una nacionalidad europea y largarse con una mano adelante y otra detrás.

Aborrezco esa cinta pregrabada del orgullo "made in Venezuela".
Porque sólo es una falsa cubierta. Una tapadera del no saber hacer. Una mentira insensata.
Y realmente lo que me da es mucho asco.

18 mayo 2010

...apuntes imaginarios del disparate masculino

Caso V. El músico.

Sería guitarrista. Y sólo viviría por la música.

Me conquistaría tratando de pasar desapercibido. Intentando parecer menos importante que el cantante. Pero a mí eso no me alejaría. Muy al contrario, me haría ir tras él. Por sus rulos y su guitarra. Por la sonrisa encantandora. Pícara. Por la mirada. Por el comportamiento de niño malo que se viste de bueno.

Empezaríamos a salir un día cualquiera. Con citas más que casuales. Y, sobretodo, informales. Allí no habría cortejo romántico. La carroza sería calabaza desde el principio del cuento. No habría tampoco ni vestido ni hada madrina. Todo iría directo al grano. Por eso, los primeros meses serían difíciles. De adaptación. De estudiarnos el uno al otro. Y, luego de un tiempo, compaginarnos.

Yo iría a todos y cada uno de sus ensayos. Conocería a la banda. Saldría con todos., aunque desaprobaría sus influencias sobre mi chico. Mi buen chico. Iría a cualquier concierto. Por grande o pequeño que fuese. Escucharía con los ojos aguados esa canción que compondría para mí. Estaría más que orgullosa. Porque, para mí, sería el mejor del grupo. Y por mucho.

Poco a poco su carrera invadiría el terreno de la mía. Tendría que escoger. Yo, claro. Nunca él. Quizás tendría que dejar mi trabajo y mi vida para poder vivir a su lado. Trabajar por la carretera. Luego, las giras. Los conciertos. Los niños que nacen en temporadas libres o de grabación de discos. Él que llegaría tarde al hospital porque tendría una entrevista o un compromiso ineludible. Y así. Me plagaría la vida con excusas. El orgullo se convertiría, más temprano que tarde, en decepción.

Yo no aguantaría mucho. Abriría los ojos. Él, sin embargo, comenzaría a tontear con otras. E incluso podría llegar a engañarme con alguna de mis "amigas". Terminaríamos separados y sin hablarnos. Él con su fama. Y yo con mis niños.

Así que es en esta parte del sueño donde se rompe la burbuja. Antes, solía morir por los músicos. Ahora considero más prudente verlos sólo desde el público. Porque, al fin y al cabo, son lo que son. Y un guitarrista es siempre un guitarrista. Y sólo viviría por la música.

17 mayo 2010

...apuntes imaginarios del disparate masculino

Caso IV. El Fotógrafo.

Viviríamos en un ático antiguo. Con vistas panorámicas de la ciudad. Decorado con miles y miles de fotos tomadas por nosotros mismos. Llenarían cada lugar de la casa. No habría ni una pared blanca. Ni un espacio desnudo.

Retratos. Paisajes. Bodegones. E incluso alguna que otra cosa con un tinte más artístico, o creativo. Nos tapizaríamos la vida con imágenes. Con recuerdos enmarcados. Arte pura y dura. Viajes. Momentos especiales. Risas. Llantos. Cada instante revelaría su propia magia. Su poder sobre el objetivo.

Nuestras bibliotecas estarían repletas de libros. Exposición. Diafragmas. Manejo del Photoshop. Técnicas de Composición. Color. Iluminación. Fotografía de moda. El mundo del blanco y negro. Competiríamos el uno contra el otro. De forma sana. Tratando de superarnos diariamente. De aprender de ambos. Seríamos nuestros mayores orgullos. Compartiríamos toda clase de trucos y preferencias profesionales. Iríamos a exposiciones en museos y galerías. Propias y ajenas. Las recorreríamos completas. Y luego las comentaríamos con calma y ojo crítico.

En lo familiar, los retratos de nuestros hijos no tendrían comparación. Seríamos la envidia cochina de todo el edificio. Él sería mi Matt Flamhaff particular. Y yo nunca lo dejaría escapar. Estaría siempre en mi punto de mira. Él, y sólo él, sería mi objetivo.

Nuestro retrato de vida sería hermoso. Tanto como la imagen que se forma en mi cabeza mientras escribo esto.

14 mayo 2010

...apuntes imaginarios del disparate masculino

Caso III. El Periodista.

Narraría todos los eventos de la casa como si fuesen casos de relevancia nacional. Por ello, cuando hablásemos, me miraría fijamente escrutando todas y cada una de mis expresiones. Como si de una entrevista se tratara. Mi testimonial sería analizado desde cada arista posible. Descifrando cada palabra. Analizando todo mi discurso. Mi contexto. Estudiando la coherencia de toda mi alocución. Mientras tanto, tomaría apuntes certeros en alguna de sus miles de libretitas y luego haría el comentario apropiado y justo. Y, por supuesto, alguna que otra pregunta pertinente o imprescindible. Siempre mirando a los ojos. Observando gestos.

Para discutir de las decisiones trscendentales de pareja se convocaría una rueda de prensa. Pregunta y respuesta. Con un público imaginario. Pero con la seriedad característica de un periodista (eso si, sin el vaso de whisky). Y en algún momento, luego de horas y horas de acalorados debates, llegaríamos a un acuerdo. Algún punto en común.

Muy probablemente llevaría un blog, alterno a su trabajo habitual, donde escribiría anécdotas más personales. Todo con un tinte propio. Hablaría de mí. Siempre disfrazando mis defectos o virtudes tras la personalidad de otros, de personajes ficticios. Pero escribiría sobre mí, lo sé. Y yo lo leería para verme estudiada por él. Para saber cómo soy a los ojos de quien amo. Obvio, yo también escribiría de él. Sin que él lo supiera, claro. Y siempre lo haríamos el uno al lado del otro. En sillones contiguos de la misma habitación. Cada quien en sus propias letras. En su prosa. Pero compartiendo una taza de té además de esta incansable afición por la escritura.

Por las noches, bajo las sábanas, utilizaríamos la luz de la misma lamparita para leer buenos libros. Intercambiaríamos historias. Argumentos de libros. De películas. De guiones de teatro. E incluso desmenuzaríamos letras de las canciones de nuestros grupos favoritos.

Estoy segura que mi vida al lado de un periodista sería un periódico propio. Y se actualizaría minuto a minuto. Una suerte de informe semanal. O, simplemente, toda una novela.

13 mayo 2010

...apuntes imaginarios del disparate masculino

Ilustración: Germán Herrera


Caso II. El Chef.

Me conquistaría por el estómago. O, literalmente, por la panza. Y es que me veo rodando. Gorda y rodando. Salir de casa. Al ascensor. Planta cero. Poner un pie fuera del portal y comenzar a rodar cuesta abajo. Manteniendo el brazo elevado hacia el cielo para tratar de salvar las galletitas que llevaría en la mano derecha. Ciertamente feliz.

Me haría los desayunos más ricos habidos y por haber. Y me los traería a la cama. Aderezados con un beso. Panquecas. Poffertjes. Muffins. Croissants. Tostadas. Con mantequilla, mermelada y miel. Un café con leche. Espumoso como a mi me gusta. Y un vaso de jugo de naranja recién exprimido. Y al lado, una flor del jardín o, en su defecto, de la maceta del balcón, con una tarjetita que diga "Buenos días. No es un sueño."

Cada quien a lo suyo. Yo a escribir. Él a la cocina. Entre verduras, vegetales, hortalizas, frutas. Miles de sabores. Cantidad de condimentos. Un almuerzo hecho en imagen y semejanza a mi plato favorito. Eso si, siempre con un postre a la medida.

Al ver películas juntos tendríamos, de seguro, toda clase de snacks gourmet. Endulzaría mis películas rosa con algo de chocolate. Y para las de acción, pondría un toque de sal y pimienta.

Ya en la noche, antes de ir a dormir, me consentiría aún más. Con recetas sin igual, un buen vino y, por supuesto, el postre. Se me hace agua la boca. Ya no puedo ni pensar.

Los fines de semana, la punta de la nariz empolvada con un toque de azúcar glass. Y las manos a la masa. Mmmm. Postres caseros. Tortas esponjosas. Amor garantizado.

No habría centímetro que calculase el alto y ancho de mis sonrisas. Y no habría metro que pudiese medir mis curvas de Botero. Rodaría. Estoy segura que rodaría.

12 mayo 2010

...apuntes imaginarios del disparate masculino

Ilustración: Germán Herrera


Caso I. El Cartero.

Yo recibiría las cartas más románticas del mundo. En sobres de un blanco inmaculado. Con mi dirección escrita en letra impoluta y acompañada de los más vistosos e inigualables sellos que pudiesen existir. Los versos escritos sobre ese papel tan mío, y tan nuestro, serían mucho más que una serie de palabras concatenadas. Me harían suspirar, reír, llorar, imaginar. Sentir.

Tonta como soy, lo esperaría cada mañana frente al buzón para recibir los sobres de su propia mano. Y devolverle un "gracias" con una gran sonrisa. Y por las noches, lo esperaría en el sillón para que me leyese con voz profunda y clara todas esas letras de emociones complejas.

Sin dudarlo, me abalanzaría sobre él. Y me abrazaría. Cerraría mi cuerpo con las mismas manos que convertirían en magia el simple hecho de abrir un sobre. Porque en ese sobre estaría mi nombre.

06 mayo 2010

...si así llueve, que no escampe

[It's times like these you learn to live again.
It's times like these you give and give again.
It's times like these you learn to love again.
It's times like these and time and time again.]

Estas dos últimas semanas han sido de locos. Una completa ruleta rusa emocional. Un sube y baja. El tobogán de lo increíble.

He pasado cuatro meses sin trabajo. He perdido la cuenta de las entrevistas a las que he ido. El vestirme bien. El maquillarme. El arreglarme un poco. Hablar de mi. Del por qué estoy aquí. De lo que busco. De lo que quiero. De lo que tengo. De lo que soy. De lo que hago. Y luego, de vuelta a casa. La incertidumbre. La espera. Y las manos vacías.

Hoy escucho a los Foo Fighters y me sorprendo pensando cuánta razón tienen sus letras. En momentos como estos te das cuenta de que estas vivo. Sientes. Sufres. Lloras. Y venga de nuevo otro día. Otra entrevista. Explicar todo de nuevo. Darte cuenta de que vales algo. De que tienes sueños. Salir. Y de vuelta al autobús. Te emocionas. Esperas. Y nada más. Contra el suelo. Vuelves a caer. Y el levantarse cada vez se hace más pesado.

Empecé el martes en un proyecto por dos meses. Antes de ayer me llaman para decirme que hay un proyecto de fotografía en marcha y que tengo carta libre para asistir. Me muero por ir. Pero ya no hay tiempo. Trabajo en el culo del mundo. Trabajo. De nuevo. Soy alguien. Trabajo, luego existo. Todas mis cosas quedan de lado. Fotografía. Escritura. Clases. Vida.

Hoy me llaman de una agencia de publicidad donde me entrevistaron. Me quieren. Y yo los quiero a ellos. Es una oportunidad en un millón. O en España. Que de por si ya es decir mucho. Así que venga, a recursos humanos, a explicar la situación. Lo siento mucho. Trabajo hasta el viernes. Mi moral me hace sentirme mal conmigo misma. No tomo en cuenta el trabajo que conseguí. Pienso más en lo que tengo que decir. En lo que tengo que dejar.

Voy a casa en el mismo autobus. Deshecha. Con mi crisis mensual de sentirme mujercita. Con el hastío de no querer ir a clase. Con deseos de alquilar, aunque sea por un día, un papá de mentira. O conseguir un novio de verdad. Con ideas que van y vienen en la mente. Con el iPod en la mano. Vuelvo a tierra.

Llego a casa y tengo otra oferta en el contestador. Necesitan que haga una carta de presentación en inglés y en francés, respectivamente, para enviarla en conjunto con mis recomendaciones a una empresa para la cual apliqué hace un buen tiempo ya.

Y es que siento la vida como una pera de boxeo. En un momento está quieta. En otro va hacia adelante y hacia atrás con cada golpe. Y en su camino aprovecha y te golpea. De repente no tienes nada. Y luego te sobra todo.

Para mí la vida es un conjunto infinito de ciclos que se repiten en todas las ciencias. Cuando no tienes nada, nada aparece. Y cuando algo se te acerca, su imán atrae al resto.

Como con los chicos. Estas sola. El helado se derrite porque no tienes con quién comerlo. Te encuentras a uno que medio vale la pena. Y al otro instante tienes a tres más queriendo comer del tarro.

Tengo que suponer que la vida y sus ciclos dependen de eso. Días de locos. La ruleta rusa emocional. Tu propio sube y baja. El tobogán de lo increíble. Sin embargo, también debo suponer (o al menos eso quiero), que como dicen los Foo, en tiempos como éstos, te das cuenta de que estás vivo y, en consecuencia, aprendes a vivir y amar de nuevo. Y de nuevo. Y de nuevo. Y de nuevo.

Así que, si así llueve, que no escampe.