28 agosto 2015

...él, siempre con tanta razón!


...

"Sé que es horrible cuando alguien va y te dice “no te sientas mal” o “no tienes por qué sentirte de tal forma”, y por eso no te diré que no te sientas sola. Por el contrario, aprovecha el momento para pensar y estar contigo misma (sola, nunca). Acá también me di cuenta que vivir con alguien es, a veces, un poco estar solo. Porque no entendemos al otro, o porque esperamos alguna caricia que no llega justo en el momento en que debía. Porque alguien no hizo lo que debía, porque se rompen “pactos”… porque a veces recordamos que vivir juntos no es vivir como uno solo, sino como dos en comunión.
Sí, nena. Esas cosas pasan. Y hay que aprovechar y analizarlas, tomarse un respiro y mirar las cosas desde lejos, acercarse y cambiar de óptica. No te desesperes, eso sí. ☺ Y sé que muchas veces, él o tú, decidirán no hablar para no comenzar una pelea “justo hoy”, pero si las palabras joden, los silencios matan. Oye, extraño tu voz; y justo ahora la escucho en mi cabeza 🙌.
Casa es donde uno está. Lo demás, es compañía. Hermosa y cálida compañía, pero nunca olvides que estar en casa no tiene nada que ver con la hora o el lugar"

...


mi negrito, siempre con tanta razón!

13 agosto 2015

...light and hope


- There are two wolfs and they are always fighting.
One is darkness and despair. The other is light and hope.
Which one wins?

- The one you feed

[Tomorrowland]

10 junio 2015

...el gran cómo de este momento


...en un mundo en el que la vida se mide con cosas materiales: qué cargo ocupas, qué carro manejas, qué marca de reloj te da la hora, qué zapatos marcan tus pasos, cuántos ceros tiene tu cuenta de ahorros, qué tan inmortal es tu apellido, etc., cómo se supone que debes sentirte al tener casi treinta años y no tener trabajo, no tener carro, no tener casa y ser una inmigrante más?

...dónde comienzas a reparar tu vida, cómo te levantas de nuevo?

...qué es lo que te puedes decir a ti mismo para salvarte de ese monólogo autodestructivo que suena en tu cabeza sin cesar? cómo detienes esa cinta sonora que repite que no eres nadie, que no has logrado nada en tu vida y que lo único bueno que podrías hacer es desaparecer?

...cómo dejas de sentir impotencia y rabia, soledad y decepción? cómo te sacas de la cabeza esa idea de buscar la manera menos dolorosa de acabar con tu vida tal y como la has vivido hasta ahora?

...este es el gran cómo de este momento.


09 junio 2015

...preguntas que me hago en silencio

[...arriba el sol
abajo el reflejo
de cómo estalla mi alma ...]

Puente - Gustavo Cerati

...y qué haces cuando te restriegan en la cara que eres un problema resultado de una juventud sin padre? qué haces cuando el sentir es lo único que no quieres sentir? qué haces cuando la realidad te decepciona y sólo te hace querer correr? qué haces cuando el dolor es tan grande que ya no te cabe en el cuerpo? cuando es el momento oportuno para tirar la toalla, dejar la pelea y bajarte del rin?

...qué haces cuando sencillamente ya no puedes más!

...estas son sólo preguntas que me hago en silencio

23 enero 2013

Las mujeres malditas - III

La mujer de hojalata...

Nonnie

Los años pasan rápido. O al menos así lo vemos cuando el tiempo deja de perdonarnos la piel y las ganas.

Yo crecí. Con quince años, me di cuenta de que mi madre y yo estábamos en un punto muerto. Allí entendí que ella podía ser mi peor archi enemiga. Combinación de factores que mezclaron un molotov casi mortal. Adolescencia y menopausia definitivamente no van de la mano.

Mientras yo intentaba crecer y hacerme adulta, mamá luchaba contra el reloj y las arrugas. Adiós al tercer esposo. Fue una época oscura en la que aprendí, a la fuerza, que una Engberts enamorada, no conoce la palabra raciocinio. La culpé, y aún hoy lo hago, por incrementar mis sentimientos de rechazo. De hacerme sentir que estaba sola en el mundo. Pasional como soy, la odié en más de una ocasión. Y desde ese entonces, todo cambió. Y yo crecí.

Con ella he aprendido lo que es el amor incondicional. No obstante, fue ella quien me hizo crecer a la fuerza. Quizás cuando aún yo no estaba preparada para ello. Pero no hubo más remedio.

Luego de muchas palabras horribles que fueron y vinieron, aprendí a ser su hija. También su amiga. Siempre con cautela. Con un escudo que me permitiese protegerme de ella, si era necesario. Incontables cambios hemos sobrevivido hasta ahora. Los más grandes, y si se quiere significativos, el mover una vida entera a otro país. Convertirnos ambas en inmigrantes. Y así, verla cambiar.

Esa leona que tantas veces fue capaz de vencer sombras a la luz de la luna, esa misma que burló a la muerte, se convirtió en una cría asustadiza. Víctima de sus propios temores. Un cambio radical. Esa mujer de hojalata consiguió, finalmente, un corazón. De ser un iceberg, se derritió cual cubo de hielo en una taza de te. 

Hace un par de años, firmó la sentencia de su tercer divorcio. Último vestigio de la mala suerte que cosechó en el campo del amor. Desde hace unos años, de ser quien no daba besos, es ahora quien pide abrazos. Quien busca atención y cariño. Cicatrices que deja la vida. Eso creo.

Estos 27 años han sido una historia de crecimiento. Ella se convirtió en adulta al tenerme a mi. Le tocó subirse los pantalones y aceptar responsabilidades que, hasta el momento, no había tenido. Madre soltera. Con ella yo aprendí que no todo lo bonito en la vida es para siempre. Hija única. Aprendí a ganar batallas sola o de su mano. Por orgullo o por amor del puro. Aprendí también a perder. Y aprendí, sobretodo, que no quiero perder mi vida sola. Aprendí que dos siempre son más. Especialmente cuando se ama.

Ella es la Engberts a la que mejor conozco. Es también la que nunca deja de sorprenderme. Un rompecabezas que se completa, pieza a pieza, con el paso del tiempo. La que compartió conmigo el apellido de su padre, para protegerme del que por ley me correspondía.

Ella me abrió los ojos. Me hizo entender, quizás sin saberlo, que el dinero no lo hace todo. Que, de hecho, no hace nada. Que lo que importa es quien camina a tu lado. Quien está allí para reír o para protegerte. Con ella terminé de entender lo que no quiero ser. 

Mi piel y mis dientes no son de leona. Porque, aunque nos parecemos, somos muy distintas. Sus manchas no son las mías. Yo no quiero pasar toda una vida buscando un corazón. Siendo distante o fría. Feroz e independiente por fuera, pero rota por dentro. Aprendí que no quiero ser como ella a su edad. Ni seguir sus pasos. Que quiero enorgullecerme de mi edad. De mis canas. De mis arrugas. De todas y cada una de mis cicatrices. Que no importa si lloro, porque lejos de hacerme cobarde, eso me hace humana. Porque siento. Porque duele. O porque hace feliz.

Que quiero tener más de un hijo. A quienes darle un padre, una familia, amor. Nunca darles la espalda. Por nada del mundo. Ni siquiera por mis propias necesidades. Porque con quienes nacen de ti, no hay egoísmo ni excusas que valgan. Que no quiero ser de hojalata y que mi corazón debo conservarlo donde está y guardarlo del frío y del miedo. 

Ella ha sido lo único que he tenido en la vida y lo único que, ciertamente, me faltó por muchos años. Así sigue siendo esta relación. Extrema. Un deporte de alto riesgo.


15 enero 2013

Las mujeres malditas - III

La mujer de hojalata...

Nonnie

Si Sandra era la legítima heredera de los genes Engberts, Nonnie era la contrapartida, la ganadora de los estéticos y distinguidos genes van Kampen. Como agua y aceite, no se parecían en nada. Ni anatómica, ni personalmente. Ella es uno de los sinónimos que aparecen en el diccionario cuando buscas bajo Elegancia. Una cualidad a la cual le ha sacado partida cual pavo real orgulloso y presumido. Relacionista pública por excelencia, era la amiga de todos. Y por una lógica más matemática que el álgebra de Baldor, con una sonrisa grande como el sol, logró embolsillarse a más de uno.

Bondadosa hasta acabarse las letras, ahí donde la bondad ya roza la idiotez. Cual Rocky Balboa ha sido siempre una boxeadora. Una depredadora tan letal como la del mejor documental de National Geographic. Lo que se le ha metido entre ceja y ceja, luego se ha abierto paso hasta su mano. Y, por supuesto, como cualquier otro Engberts, todo lo sabe (y sino, lo inventa).

La rebelde sin causa. La niña bonita de la casa. La echada pa'lante. Y, si se quiere, la más venezolana de la familia, a pesar de ser la única que realmente nació en los países bajos. Deportista por naturaleza, se ganó más que un leñazo jugando al hockey.

Ella es a quien mejor conozco. Y, aún así, la que nunca deja de sorprenderme. Un rompecabezas que se completa, pieza a pieza, con el paso del tiempo.

Dejó la casa con anillo en mano y esposo al brazo cuando tenía apenas 21 años. Liberándose así del 'yugo' holandés en el cual había crecido. Primer matrimonio = error. Kapot. Ella continúa. Con frente en alto y cual nómada rodando por el terreno. En busca de algo más. Algunos años, una nueva boda. Esta vez la historia es un tanto (bastante) cruel y machista. Una golpiza acabada en algo más que cicatrices y divorcio.

A los 35 años, luego de un romance fugaz, además de fallido, un accidente. Nace quien hoy escribe esto detrás de un monitor.

Mi madre siempre ha sido mi mayor aventura y el más grande de los enigmas. Mi mejor amiga a ratos y mi criptonita la mayor parte del tiempo. La más temida de mis archi enemigas. Quien tiene el poder de hacerme perder los estribos en 0,0 y por quien siento un amor infinito. Lo único que tengo en la vida y lo único que me ha faltado por muchos años. Así es esta relación. Extrema. Un deporte de alto riesgo.

De filosofía liberal, independiente y rebelde, nunca ha sido una madre convencional. Ella continuó con la estirpe, y la mala costumbre, de dar a luz a una niña sin padre. Y aunque la tristeza en su caso no es tan evidente, doy fe pública de que la lleva tatuada a fuego en el alma. Madre y padre al mismo tiempo, es por quien he aprendido lo que quiero ser y todo lo que no.

Si he de ser sincera, poco recuerdo de ella antes de mis seis años. Vagas olas de memorias fotográficas que vienen de vez en cuando a mi cabeza, como para no dejarme olvidar que si, que estuvo a mi lado algunos años. 

Mientras yo crecía en una hacienda de café con los verdaderos Dutchies, léase mis abuelos, en una tierra fría y de gente más que decente y respetuosa, mi madre intentaba abrirse camino en los Estados Unidos, como cualquier otro inmigrante más persiguiendo el sueño americano para ofrecerse a si misma y su pequeño retoño una mejor vida.

Intento fallido. Fue entonces cuando la vida le atestó un contundente knock out: un cáncer de seno que casi le cuesta la vida. Un año era lo que le pronosticaban en aquel entonces. Eso significó dejar atrás Norteamérica para volver a una Caracas donde tuvo que lidiar con un cáncer y cero familia en las cercanías. Leona como es, supo lamerse las heridas, levantar cabeza y abrirse paso en la jungla de cemento que es la capital.

Aún la recuerdo cuando fin de semana si y fin de semana no, iba a la hacienda, al pueblo, a visitarme. El despedirla en la estación de autobuses y luego esperar en la cocina por el cornetazo que sus amigos los conductores se prestaban a tocar al pasar por la entrada de la hacienda. Ese era mi tot ziens

Como si fuese ayer, también me acuerdo de mis lágrimas y la impotencia de cuando el perro de mi tía, Butch, se comió una de las muñecas que ella me había comprado en uno de sus viajes. Unas muñecas gemelas. De esas baratas. Tan típicas de los años 90, con ropa fluorescente. Una grande. Una pequeña. Como si de imagen y semejanza se tratase. Cual ironía, el perro se comió a la más grande. Lagrimones de cocodrilo cuando mi tía, en vez de solidarizarse con mi tristeza, sólo me reprochó el haberlas dejado sobre mi cama, al alcance de las fauces del animal. Aún hoy me erizo por el odio que sentí hacia todos y casi puedo sentir todavía los pelos del perro en mi boca luego de haberle metido un mordisco con toda la rabia que contenía mi pequeño cuerpo.

Sólo me uní a mi madre al cumplir los seis. Luego de haber celebrado a lo grande su tercer matrimonio. Después de todo, como toda tercera, se suponía era además la vencida. Allí fue cuando me reencontré con la capital. El jabón de lavar la ropa, el Bold 3, cuyo comercial también me había lavado el cerebro. La de veces que vomité en el carro a causa de ese smog que me nublaba la razón. Ese extraño instante decisivo en el que mi madre, finalmente, pasó a formar parte activa de mi vida.

...

06 enero 2013

...no baby.

...y aquí vamos una vez más.

Al principio, susto. No saber qué esperar. No sentirme preparada. Pensar que no era el momento. Que no estábamos listos. 

Sangre. Un ataque de pánico. Todo fuera de lugar. Y las lágrimas que comenzaron a bajar. Y volver al trabajo. El abrazo de Alito, haciéndome sentir que todo iba a estar bien, sin importar lo que pasase. Haciéndome sentir grande, adulta. Tranquilidad.

Llegar a casa. Agua caliente. Esa ducha que tanto anhelaba. Y más de ese sentimiento extraño. Dejé el agua correr y esconder mis lágrimas. Mi miedo. 

Pasaron los días. Navidad. Luz en todas partes. Árboles llenos de bolitas de colores. Regalos. Amor. Una difícil etapa. Desconocida. Lejos de casa. Cero familia. Más lágrimas. 

Gripe. Un casa ajena. Una familia dándome la bienvenida. Haciéndome agradecer lo que hace tanto tiempo no tenía. Y, de repente, una mano en mi panza diciendo: "Baby?". Otro ataque de pánico. La espera. 

Te acostumbras a pensar. A re-pensar. ¿Qué pasará? ¿ Cómo haremos? Al final todo se reduce a dejar el miedo. A apretarse los pantalones y seguir caminando. Porque el mundo no se detiene. Y tampoco puedes hacerlo tú.

Mirarse al espejo y sentir que la barriga va creciendo. Sentir cosas raras en las mañanas. Náuseas de vez en cuando. Cambios de temperatura.

Y llega el día. Las 21 pastillitas coloradas se han acabado. Sin embargo, no puedes decir lo mismo de la espera. Cuatro días. Horas. Minutos. Segundos. Nada.

Te derrites con cuanto bebé ves por la calle. En la TV. Pensar en fututo. Más miedo. Pánico. ¿Cómo hacer con el idioma? ¿Cómo hacer con el hecho de ser 'buitenlander' y de no dominar el lenguaje al 100%? ¿Cómo hacer con el tiempo o la falta de el? Shhhhh. Apaga el cerebro. Desconecta la vocecita esa fastidiosa. Sonríes. Sólo quieres que sea sano. Que tenga sus dos ojitos, dos manitas, diez deditos. Que sea sano.

Un domingo cualquiera, digamos hoy, te levantas y ves sangre. Pánico. Tristeza. Ya no hay panza. Ni cosas raras en la mañana. Hay ausencia. Las náuseas seguro eran estrés o falta de comida. Los cambios de temperatura eran sólo un SPM un poco más exagerado que el de costumbre. Lo mismo: tristeza. 

No baby.

...y aquí vamos una vez más. Pero con más fuerza que nunca. Has descubierto lo que quieres. Lo que puedes. Sabes que, cuando venga, será bien recibido. Porque estás preparada para ello. Porque lo quieres. Porque, después de todo, si que lo llevas en ti. Aunque no lo hayas comentado con nadie. Aunque haya sido tu secreto todos estos días.



03 octubre 2012

Las mujeres malditas - II

La diseñadora de lo que soy...

Sandra

Si el temperamento de Olga era "tan voluble como una tormenta de verano", el de Sandra lo sobrepasaba en proporciones épicas. Mitad Engberts, mitad van Kampen, en ella se cosechaba lo mejor de ambas casas. Un minuto era la definición de sonrisa, en vivo y directo y, en un segundo, desastre, podrías verla perder la paciencia y maldecir mientras su cara se tintaba de un rojo aún no catalogado en el Pantone. Entre la familia era común oír que ella era la legítima heredera de los genes Engberts. Como buena primogénita (al menos de las chicas, que es lo que aquí interesa), era la viva imagen de la estirpe holandesa. Un metro setenta y tantos de estatura y una espalda que despertaría la envidia de más de una nadadora de fondo. Una cara redonda. De rasgos dulces y, al mismo tiempo, secos como el viento.

Un corazón de oro, grande como el cielo. Y un carácter de plomo, tan pesado y fuerte como la conciencia. Sus manos fueron prodigio. No había manualidad que se le resistiera. Costurera. Pastelera. Cocinera por convicción. La suprema torta de chocolate. O sus inigualables tartaletas de limón. La del pollo al curry para los fines de semana en familia. Las de las galletas con forma de arbolito para navidad.

La colección de tazas de café frío que iba dejando a su paso mientras se movía por la casa. Aún recuerdo el amarillo de sus dedos y el olor a humo que desprendía su ropa. El rubio ceniza de sus cabellos teñidos (irónico nombre para una fumadora empedernida).

La que dio a luz a la primera prima de la generación de Engberts 'made in Venezuela'. La primera madre soltera. La tristeza traslúcida que dejaban ver sus ojos si los estudiabas con determinación y el tiempo suficiente. La cicatriz invisible pero tangible que había dejado en ella el abandono de aquel a quien amó. El dolor, la ausencia que trataba de camuflar con las visitas esporádicas del 'tío Dodó' a quien le hacía un lugar en su cama - a pesar de la inconformidad de Butch que luchaba con sus cuatro patas aún sabiendo que era una batalla perdida y que, luego de un cuarto de hora, estaba destinado a dormir haciendo vigilia en una puerta que no se abriría hasta la mañana siguiente.

Ella, la ácida. La honestidad en pasta indisoluble. La que me abrió los ojos a los seis años, cambiándome la vida para siempre. Mi primera profesora de inglés. La primera en dejarme en evidencia por mi mala pronunciación. La de la mano pesada que no dudaba un segundo en lanzarte un golpe sin pensarlo dos veces. Ella, la sensata. Ella, la temperamental, la impulsiva.

Con ella se abrió la puerta. Esa por la que la maldición se coló en nuestra familia. Ella fue la primera en sentir el efecto de esa cadena de eventos desafortunados que ha ido rodando cual alud por nuestra casa.

La que, lentamente, fue olvidando hasta morir. Desintegrarse. Dejar el cuerpo en el camino.

Ella, la increíble Sandra, era mi tía.
Por quien aprendí que "everything I'm not, made me everything I am".
La diseñadora de lo que soy...

29 julio 2012

Las mujeres malditas.

Donde todo comenzó...

Olga

Originaria de Curaçao, su temperamento era tan voluble como una tormenta de verano. Con ella, nunca se sabía. Emocional hasta la médula. De sus venas nació el lema familiar: "yo siempre tengo la razón" (incluso si estoy equivocada o si no tengo ni idea de lo que estoy hablando). Según cuenta la historia, para darle el si al pelirrojo, fue más dura que tratar de pelar un coco con las uñas. Lo volvió loco. Le hizo disfrazarse y pintarse de negro para pasar desapercibido y no accionar el botón de su rechazo. Sin embargo, una vez pasado el obstáculo de su prejuicio, se creó una familia que lleva ya algunos años a cuestas. Con un apellido a dos aguas.

Obstinada y testaruda como ella sola, se ocupó de cinco. Lloró por aquel al que perdió antes de lo que debía. Y continuó con los otros cuatro que quedaron. Dándolo todo por ellos. Ella, la fundadora. La cabeza del hogar. Conservadora de la cultura, de las costumbres, de las raíces. Amante de los vestidos con fondo. De la imagen propia de muñecas salidas de una vitrina de alta costura. Ella, la que reunía a toda la familia, a regañadientes, para estar juntos en las fechas importantes. Ella, la que tenía que ponerle voz a todo lo que pensaba. Ella, la contradictoria. Ella, la generosa e incondicional. 

Ojos multicolor. Aún recuerdo su avena caliente a las seis de la mañana. El olor de su talco. La forma en que se cortaba las uñas. Las arrugas que no perdonaban el paso del tiempo en sus brazos. Y la noche en la que, con un corazón roto, me ayudó a subirme a un taburete para despedirme de su pelirrojo. Ese al que perdía poco a poco en la oscuridad de unos pulmones demasiado dañados. La imponente figura del machete que metió debajo de la almohada para protegernos por si alguien entraba a la hacienda. Ella en la cocina, de pie sobre esas baldosas color terracota, abriendo esos gabinetes cuyo diseño aún llevo tatuado en el alma.

Rebelde como era, ella se salvó de la maldición. Quizás porque fue la única valiente capaz de pelear con uñas y dientes por lo que tenía y por lo que quería.

Ella le dio el si. Porque él lo valía. Ella creó una familia. De la nada. Lejos de todo.
Ella lo amó hasta el día en que murió. Y a su lado descansa desde entonces.

Ella, la gran Olga, era mi abuela.
El espejo en el que quiero reflejarme.
Donde todo comenzó...

17 julio 2012

...y yo, yo sonrío, aquí y ahora!

Y aquí estoy. A un año y poco más desde que todo comenzó.
Y está él. Una casualidad del tiempo. Un camino que se abrió paso dentro del todo. Una bifurcación fuera del plan inicial.
Y está su dulzura. La inocencia que ocultan sus ojos y que trasluce su sonrisa. Esa voz. Ese idioma.
Y yo. Más cerca de eso que siempre quise. De eso que, a ciegas, he ido buscando por años.
Y me entrego. Al calor de sus manos. A sus labios. A sus palabras. A las respuestas que da ante todo lo que pregunto.
Y en silencio, me llena.
Y en silencio, lo quiero.
"If you want me, I'm yours", dijo. Y yo lo quiero. Quiero su dulzura. Su inocencia. Su calma. Sus manos que me acarician en el día y en la noche. Su boca que busca la mía para besarla.
Y quiero sus sueños. Sus metas. Un futuro. El mismo camino. Con esa bicicleta que me desvió de mi camino. Con esa misma que selló un pacto oculto..
Y me gusta gustarle. Verme a través de sus ojos. Oír eso que nunca puede callar. Leer lo que sus dedos escriben.

Y en silencio, lo quiero.
Y yo, yo sonrío, aquí y ahora!