09 julio 2010

...el corazón de piedra

Tengo 7 años. Estoy en segundo grado de primaria. Visto chemise blanca y pantaloncito azul. Zapatitos negros. Cabello corto. Estamos todos en el parque. La profesora está sentada en un banquito mientras habla con otra mujer. Echa un ojo aquí y allí y luego sigue en la conversación. En este cuento somos dos. Fernando y yo. Estoy acostada boca arriba en el suelo. Fernando arrodillado a mi lado. En el bolsillito de mi chemise hay una piedra. Una piedrita del tamaño de un puño de un niño de siete años. Él la saca de allí. Y me dice que estoy lista. Que ya puedo levantarme. Lo hago. Y salgo corriendo. Él me sigue. ¡Me ha librado del corazón de piedra!

Me parece curioso cómo las personas variamos con el tiempo.

Un año después de la extracción de la piedrita, llegó Luismi a nuestro grupo. Quedé prendada de él, quizás desde el primer día del tercer grado. Y así fue hasta que terminamos el sexto. Fue mi primer noviecito y, también, mi primer beso. Me encantaba lo blanquito que era. Su cabello oscuro. La forma de sus ojos. Sus manos. Y ese olor característico del gel de cabello que le echaba su mamá.

Como estudiamos la secundaria en colegios distintos, no nos vimos por mucho tiempo. Cuando nos reencontramos ya estábamos en la universidad. Él en Ingeniería. Yo en Periodismo. Éramos los mismos y, sin embargo, ya no éramos los de siempre. Había algo que nos diferenciaba del cielo a la tierra. Y aún hoy no sé decir con exactitud qué era ese algo. Pero estaba allí. Me chocaba un tanto en lo que se había convertido. En el de las bromas sin sentido y algo insultantes. En el de los juegos de cartas y las tardes de futbolito. En el de los viernes de cerveza. En el de la chica bonita de la clase y el carro con tubo de escape estridente. Habíamos cambiado. Ya no se parecía a lo que yo había conocido de él. Mientras él se encerraba en clases de cálculo y lógicas cuadradas, yo divagaba por ensayos de literatura y libros de análisis del discurso.

Irónicamente Fernando y Luismi son primos. De pequeña, yo moría por Luismi. Ahora, cuando los años del colegio han acabado hace ya mucho tiempo, puedo asegurar que hoy en día moriría por el chico en que Fernando se ha convertido. Diseñador e ilustrador. El chico de los lentes de pasta. Del sombrero y ropa trendy. El de las conversaciones de arte. El de las historias de color. El de los viajes interesantes. En fin, alguien totalmente distinto a aquel niño de siete años con quien solía jugar.

Hoy el tiempo me golpeó con el recuerdo de esa mañana en el parque. Quizás porque debo darme cuenta de lo que era y de lo que soy. De cómo voy viajando en el tiempo. De cómo me ha cambiado lo que he estudiado y lo que me ha tocado vivir hasta ahora. De lo que me gustaba antes y lo que prefiero hoy. Porque debajo de la piel hay mucho más que huesos. Hay toda una maquinaria que, entrañablemente, te hace humano. Aunque reniegues de ella y de ello.

No sé a qué jugábamos esa mañana. Con el tiempo lo he olvidado.
...quizás es que, una vez más, necesitaría que me librasen del corazón de piedra.

1 comentario:

Unknown dijo...

me gustó, me gustó cómo empezó, cómo terminó y todo lo que dejó en el medio.