12 marzo 2010

...del cómo y del qué

... y te preguntas si algún día ese vacío se llenará, si completará una figura física o etérea, tangible o visible. La pregunta continúa hasta hacer insoportable su presencia. Se hace agobiante la ausencia de lo que falta.

Entonces se cae en cuenta de la tendencia explícita y simplista que hay, en general, a aceptar las cosas a priori y sin importar mayores conclusiones. Un desorden mental y accidental que te hace ser egoísta para contigo mismo. No encuentras, ni eres encontrado por, lo mejor.

Ir por la orilla izquierda de la calle, sin pensar que quizás por la derecha encontraríamos vida en esas gotas que inundan nuestros cuerpos de agua. Algo simple. Lo que pudiese cambiar el ritmo de las cosas.

Pero hay un ancla que lleva abajo demasiado tiempo. La admisión, y resignación, de la derrota. Llamar una cosa por otra que no es su nombre. Evitar confusiones que puedan aclarar el panorama al punto de dejar de ser parte y testigo clave en el protagonismo de la propia realidad.

Y todo el problema está en partir de principios impuestos por conveniencia. Tonta astucia. Vivir lo ajeno. Dejar lo propio. Apartarse de las explicaciones. Del cómo somos. Del qué pensamos.

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