12 marzo 2010

...lo que falta

Las cosas son como son, pero nada tiene realmente sentido hasta que se comienza a vivir aquello que nos es desconocido. Nuevos amaneceres. Nuevos atardeceres. Minutos y horas en autobuses que hasta hace nada no nos pertenecían. Nuevas autopistas. Nuevos acentos. Formas de vestir, pensar y comportarse. Palabras sutilmente alargadas.

El agua lo cambia todo. Una extensión lo suficientemente grande situada entre un punto A y un punto B y que, a su vez, convive con el resto del abecedario en el medio. Todo cambia. Absolutamente todo.

Los nuevos oficios o la falta de ellos. La culpabilidad. Sentirse monigote. Un saco de papas incapaz de valerse por sí mismo. La vida que se voltea de un salto y que te asalta por sorpresa.

Poco a poco te conviertes en un cazador de miradas que se cruzan fortuitas en un vagón del metro. Sin vergüenza comienzas a buscar signos que te hagan entender que, a simple vista, eres uno más del montón. Que nadie se percata de que, en efecto, estás allí. Que no eres otro elemento más de este decorado vital.

Las cosas excepcionales dejan de serlo. Están allí y ya. Punto final. Sin más. Sin menos. Rutinas que se diferencian de las anteriores. Ahora todo es nuevo. Y aún así, la reminiscencia del ser se acostumbra a ver lo que no está. El vacío. Lo que falta.

No hay comentarios: