05 marzo 2010

...delayed

Siempre me gustaron los aeropuertos. Ver las caras de ilusión de aquellos que esperan ver llegar a alguien especial y correr a su encuentro. Más de una vez, de esas tantas, fui a esperarte y me deleitaba con aquellas emociones ajenas, con esos sentimientos que no me pertenecían pero de los cuales me era imposible prescindir.

Sonreía con cada pareja que, sin importar la multitud, se buscaba frenéticamente con la mirada entre ojos que ante ellos eran pozos sin fondo. Y allí, entre tantos, al encontrar a quien buscaban, se les iluminaba la cara, se inundaban de emociones internas que luego afloraban al estar entrelazados con ese otro que moría en la espera previa.

Cuántas veces no reí yo también con ellos. Eco de su amor. De esa alegría que no se calla aún cuando no habla. De esa pasión inconfesable.

He de admitir que, en más de una ocasión, hasta mis ojos se llenaron de lágrimas. Testigos de centenares de historias contadas en distintos idiomas que se entienden aún cuando se hablen a incontables kilómetros de distancia. Cuántas veces no desesperé porque se retrasaba tu vuelo. Quería que llegaras. Tenerte para mí. Que se me iluminara la cara al verte entre la gente. Ir hasta ti. Abrazarte. Reír en tu cuello. Narrar en tu oído lo inconfesable.

Quién diría que todo cambiaría tanto.

Ahora se me hace mortal pisar un aeropuerto. Atravesar una estación de bus. Escuchar las campanas de Renfe anunciando próximas llegadas y salidas de tren.

Cuánta diferencia hay ahora en todo.

Ya no llega nadie. No hay vuelos importantes. No hay bus que me lleve. No hay tren que me una a nadie, ni en la llegada, ni en la ida. Ni en el medio.

Y sin embargo, sigo esperando que la cosa cambie.
Y que en mi información mental, mis vuelos no digan "delayed".

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