03 marzo 2010

...in-sen-si-ble

Cuando era pequeña no me cansaba de repetirle a mi mamá que la quería. Y le daba besos y abrazos cada vez que podía. Era empalagosa. Ella, era todo lo contrario.

Con el tiempo, los papeles han ido cambiando y yo me he ido haciendo un poco insensible. Siento que tengo un trastorno un tanto contradictorio. Mi cuerpo ha cambiado sus mecanismos de reacción. Hablo de distintos tipos de humor y ánimo. De ataques de pánico que sobrevienen inmediatamente después de instantes esperanzadores.

Todos los días es lo mismo.

Últimamente sufro de mamitis crónica. Necesito a mi mamá. Estar con ella. Decirle que la quiero. Que es prácticamente la única persona importante de mi vida. Lo único que tengo. Lo único que "es mío". Sin embargo, a ratos, llego a sentirme un tanto agobiada con su presencia. No me gusta cuando me da un beso y me dice que me quiere. Cuando me abraza. Me hace sentir vulnerable viéndola vulnerable a ella misma. No me acostumbro a su cambio. Porque nunca antes la había visto así. Porque cuando yo era pequeña, me infundía una entereza perfecta. Estaba en un altar. La amaba igual, pero sólo podía admirarla. Era intocable. Nada podía con ella.

En días como ayer, cuando se le entrecorta la voz al despedirnos, cuando se le llenan los ojos de lágrimas, sólo quiero salir corriendo. Y correr hasta perderme. Fundirme con el iPod a todo volumen para no ponerme a llorar como una niña pequeña. Sé que ella lo está pasando tan mal como yo. Que está fatal por verme anímicamente agotada. Sé que pone su mayor esfuerzo en hacerme sentir bien. Que se siente mal cuando me ve mal, cuando digo cosas sin pensar, cuando mis respuestas se convierten en un no tras otro, cuando mi humor ataca contra ella.

Necesito a mi mamá. Pero no sé cómo decírselo, cómo hacérselo saber. No sé cómo demostrarle que la quiero. Porque no sé darle un beso. No sé abrazarla. No sé como decirle cuánto la amo. Perdí la costumbre. Perdí la inocencia. Y ahora me da pánico que se desmorone frente a mí. Porque es la mujer más fuerte que conozco.

Creo que el centro de todo está en que las dos cambiamos lugares. Desde que ella salió de Venezuela para venir a vivir a Madrid, yo asumí sus responsabilidades. Y me tocó afrontar situaciones para las que no estaba preparada. Así es la vida. Y he aprendido. Y he crecido. Sin embargo, ahora me doy cuenta de que las cosas cambiaron más de lo que veo realmente. Me ha tocado crecer a la fuerza. Quizás como a muchos. Todo muy apresurado. No he tenido el tiempo de asimilarlo. En dos años he pasado de graduarme, a vender lo poco que teníamos en Caracas, a meter todo en cajas y traérmelo conmigo a Madrid.

Aquí se resumió a empezar de cero. Estudiar un curso que costó más de lo que podría haberme costado mi carrera en una universidad privada. Trabajar para asumir mis gastos y comenzar a pagar mi máster. Y de repente estoy sin trabajo. En una ciudad amable pero extraña. En un país que no es el mío. Y con demasiado tiempo libre para pensar en que si todo falla no hay un plan B. No hay casa en Caracas a la que regresar.

No hay nada. Es esto o nada. Nunca me había sentido tan insegura en mi vida. Y es que tengo miedo por las dos. Somos mi mamá y yo. No tenemos nada más. Sólo nos tenemos la una a la otra. Y por eso me exijo tanto. Por eso me siento tan perdida cuando no puedo darle lo que se merece, lo que nunca nadie le ha dado. Ya no me dejo cuidar. Ahora soy yo quien trata de protegerla a ella a toda costa. No permito que se baje del altar. Pero ella no para de intentarlo. Quiere ser de carne y hueso, como el resto de las mamás. Yo ya no me quejo de que sea intocable. Ahora ese puesto lo asumí yo.

Pero cuando la insensibilidad va ganando la carrera, me pregunto ¿quién más sino yo misma puede protegerla cuando mi humor atenta contra mi y contra ella?

Lo siento. ¡Me he vuelto insensible!

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