03 marzo 2010

...¿Quién le invita un trago?

Cada día en España es una nueva aventura. Ciertamente no siempre el paseo es agradable, no siempre es malo. Simplemente es. Y así hay que tomarlo. O al menos así me gusta pensarlo. Supongo.

Hablando de días malos, hoy.

Llevo desde el domingo con un dolor de cabeza que no me deja ni a sol ni a sombra. Me acuesto, duele. Me levanto, duele. Como, duele. Salgo, duele. En fin, creo que es obvio ¿no?: "duele", y mucho. Ya he probado todos los analgésicos posibles habidos y por haber. Españoles y venezolanos. Y nada.

No me puedo desviar. Hoy.

Hoy me levanto y me ducho. Desayuno. Llamo al mono para que me ayude con un proyecto fotográfico que debo entregar mañana. Llega a casa a las diez y algo. Vamos caminando a El Retiro. Primera señal: el lugar donde quiero hacer las fotos "está temporalmente cerrado por condiciones meteorológicas", ¿qué significa? no lo sé. El caso es que continuamos caminando. Nos recorremos medio parque, lo que además implica rodear varias calles y avenidas de Madrid. Le explico el tema. Pero me desvío. Me propone otro tema. Lo acepto. Le tomo fotos. Me toma fotos. Terminamos. Nos compramos unos bocatas y zumos y a caminar de vuelta a casa. Hablamos un rato. Se va. Limpio mi cuarto y la sala, que es lo que me corresponde esta semana. Me ducho de nuevo. Yo y mi dolor de cabeza. Ya es mi amigo inseparable. Vive aún siendo invisible. Ya es parte de mi.

Me visto. Salgo. Mierda. El bus está en la parada. Semáforo en rojo. Para evitar el mal rato de perderlo cruzando la calle, corro hasta la otra parada. Llego de vaina. Recorrido en paz. Camino hasta el IED. Para hacerlo corto, la mujer, después de hacerme esperar de pie durante veinte minutos, logra revolverme el apellido que tengo e incluso el que me falta. ¿Cómo te lo explico? Soy periodista. Estudio un máster de fotografía documental. No, no me interesa hacer otro máster de fotografía. Ya todo lo que tenía que saber, humildemente, lo he aprendido. No, tampoco quiero un máster de periodismo. Entiende. Soy periodista, soy (a cuentas más o a cuentas menos) fotógrafa. Quiero saber de moda. Quiero, en un futuro, trabajar en una revista de moda. Vale, nos estamos entendiendo. Me das la información. La tarjeta. El email. Me voy echando chispas. A contratiempo. Voy tarde. Corro.

En el Metro. Calma. Klondike en el iPod. Al aeropuerto. La entrevista. Una alemana. Agria, gritona y prepotente. Esto se pone bueno. Y mi dolor de cabeza aumenta. Me revuelven el carácter holandés y, peor aún, el venezolano. ¿Cómo que qué prefiero? Obviamente mi máster. Me rompo la espalda para pagármelo. No, no tengo coche. Si, vivo cerca del aeropuerto. Entiendo que es mi problema ver cómo llegar al aeropuerto antes de las seis de la mañana sin metro. Entiendo lo de los turnos rotativos, pero el que es hasta las 00:00 horas no me interesa, tengo el máster tres días a la semana. Si, es mi prioridad. No, no puedo dejarlo, ni quiero. ¿Cómo voy a saber si en tres meses me llamarán o no para ofrecerme algo de periodismo o fotografía? Ojalá fuese así. Sin embargo no ha pasado en dos años. Ya sé que las cosas pasan cuando uno no las espera. Pero no puedo saber si en cuatro meses me ofrecen algo por lo cual pueda dejarlos colgando a ustedes. Vale, puedo soportar el uniforme y trabajar tres fines de semana al mes. Vale, puedo quitarme el piercing para trabajar. Basta. Es mucho por hoy.

Busco a mi mamá. Necesito dulce. Si, brownie con chocolate y café con leche por favor. Gracias. La cuenta. Yo invito.

Damos una vuelta. Me pruebo unos tacones de muerte. Me siento alta. Me gusta. No me los llevo. No los necesito. No me veo en casa entaconada. Dejo a mamá en el bus. Voy a casa. Al fin llego. Respira. Los analgésicos. La ducha. El pijama. Las fotos. Edita. Escribe.

¿Si duermo se irá el dolor a alguna parte?
¿Quién le invita un trago?

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