17 marzo 2010

...se reserva el derecho de admisión

[...al imaginario masculino y, sobretodo, colectivo]

Me reservo mi derecho de admisión. Ese que me otorgó el planeta cuando era una semilla y estaba en la panza de mi madre. Ese que como ser humano me corresponde. Ese que me da el derecho de pensar y decidir qué acepto y qué no.

Me reservo mi derecho de hablarte. O no.
Me reservo mi derecho de escribirte. O no.
Me reservo mi derecho de llamarte. O no.
Me reservo mi derecho de salir contigo. O no.

En fin, que me reservo todos mis derechos. Tengo el poder de controlarlos. Te guste o no. Me reservo el derecho de ser mujer y no querer sentirme como una prostituta a la que llamas sólo cuando tienes necesidades. Me reservo el derecho de ser infantil e inmadura cuando quiera serlo. Después de todo es lógico que tenga mis momentos de malcriadez. Me reservo el derecho de alejarme si me acosas. De molestarme si me escribes y me despiertas en la madrugada con cosas que no me interesan en lo absoluto. Me reservo mi derecho de pensar y sentir lo que se me venga en gana.

Y por sobre todas las cosas me reservo mi derecho a elegir con quien quiero, y con quien no, estar.

Porque aún conservo mi derecho a desear ser amada. A ser la chica de alguien. A que me respeten. A que me den de comer. A que me lleven al cine. A que me saquen de fiesta. O de paseo. O de viaje. A que me inviten un helado. A que me dibujen. A que me regalen un libro. A que me llamen. A que me escriban cosas bonitas. Y también me reservo mi derecho a necesitar un hombro en el cual llorar. A querer alguien que me escuche (aunque no me entienda).

Me reservo todos mis derechos porque me los merezco. Porque los valgo. Y no pienso dejarlos a un lado, más nunca, por más nadie.

Me reservo mi derecho de admisión.
Y punto final.

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