13 junio 2010

..."Oh Johnny, mi Johnny"

Después de una semana de ataques cardíacos, subidones de energías, estrés, hormonas y emociones, al fin tengo un domingo frente a la tv. Con mi mamá a mi lado. En mi sofá favorito. Descalza. Hecha un desastre. Con un orzuelo. El pelo sucio. Yo, la personificación de la mamarrachez total y absoluta.

Pero por enésima vez en la vida, sentada al lado de mi mamá, me pierdo en una peli que huele a años sesenta. A pantalones hasta la cintura. A mocasines negros de tacón. A sandalias plateadas. A vestidos de capa que vuelan con el paso de la brisa. A pintalabios y mejillas rosa pastel. A "Dirty Dancing". A Patrick Swayze. Oh por Dios. A Johnny. ¡Oh Johnny!

Y cuando lo veo, allí, tan cerquita, a una pantalla de distancia, casi siento que le puedo oler hasta la piel. Que puedo sentir su sudor. El ir y venir de su cabello. Sus brazos. Sus músculos. Sus besos. Se calienta el sofá. Comienza la música. No puedo evitar mover los pies. La espalda. En mi nariz huele a lluvia. A cabaña. A tierra húmeda. A días de vacaciones. A Cadillacs y amor de verano. A inocencia. A una sociedad y una cultura que poco tienen que ver con las de ahora.

Cada vez que veo al Swayze moverse como lo hace. Tocar a la Baby como lo hace. A ver esas miradas. Esas miradas que se pierden entre sábanas blancas y almohadas mullidas. ¡Oh Johnny! Qué no daría yo por ser la Baby que se mueve entre sus brazos. Meterme en su espacio. Y un, dos tres, cuatro. A cualquier ritmo. A cualquier precio. En una clase de baile con él.

Si yo tuviera un hombre así, un profesor de baile así, un amor de verano así, de seguro le diría: "Oh Johnny, mi Johnny".

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