17 mayo 2010

...apuntes imaginarios del disparate masculino

Caso IV. El Fotógrafo.

Viviríamos en un ático antiguo. Con vistas panorámicas de la ciudad. Decorado con miles y miles de fotos tomadas por nosotros mismos. Llenarían cada lugar de la casa. No habría ni una pared blanca. Ni un espacio desnudo.

Retratos. Paisajes. Bodegones. E incluso alguna que otra cosa con un tinte más artístico, o creativo. Nos tapizaríamos la vida con imágenes. Con recuerdos enmarcados. Arte pura y dura. Viajes. Momentos especiales. Risas. Llantos. Cada instante revelaría su propia magia. Su poder sobre el objetivo.

Nuestras bibliotecas estarían repletas de libros. Exposición. Diafragmas. Manejo del Photoshop. Técnicas de Composición. Color. Iluminación. Fotografía de moda. El mundo del blanco y negro. Competiríamos el uno contra el otro. De forma sana. Tratando de superarnos diariamente. De aprender de ambos. Seríamos nuestros mayores orgullos. Compartiríamos toda clase de trucos y preferencias profesionales. Iríamos a exposiciones en museos y galerías. Propias y ajenas. Las recorreríamos completas. Y luego las comentaríamos con calma y ojo crítico.

En lo familiar, los retratos de nuestros hijos no tendrían comparación. Seríamos la envidia cochina de todo el edificio. Él sería mi Matt Flamhaff particular. Y yo nunca lo dejaría escapar. Estaría siempre en mi punto de mira. Él, y sólo él, sería mi objetivo.

Nuestro retrato de vida sería hermoso. Tanto como la imagen que se forma en mi cabeza mientras escribo esto.

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