28 febrero 2010

...¿cómo se come?

["...a veces tengo temor, a veces vergüenza..." - Soda Stereo]

Lo de huir de un país a otro propiciando un cambio de vida es algo extraño. Algo que pone a prueba tus aptitudes más extrañas. La ruleta rusa. Un constante sube y baja de emociones contrarias y alteradas a la enésima potencia.

Un día amaneces con el sol radiante calentándote la cara. Te levantas con el pie derecho. Buen humor. Los pájaros cantan. Las tostadas del desayuno no se queman. Tienes todo a tu favor. Y sin embargo, sales a la calle y el disco se queda pegado. Cual escena cliché de película de absurdo presupuesto. Es allí cuando miras al cielo e internamente te repites un desesperado "¿por qué a mí?". El cielo se ha nublado. Un rayo. El granizo que te aplasta. No lo dijeron en las noticias. No lo viste en tu reporte propio de meteorología. Pero de todos modos allí está. Una inmensa nube negra te tapa el esplendor de hace instantes. Decides seguir caminando. Mierda. En el segundo paso. Y en el cuarto, un charco que podría servirte de piscina.

Los días de un extranjero son extraños. Están llenos de sensaciones incontrolables. De risas desmedidas, de esas de mentira. De lágrimas gruesas, de esas de verdad. Todo se magnifica. El dolor sobretodo. La etiqueta de soledad que no se borra de la frente por más que te estrujes. El volver a los orígenes básicos: ser nómada. Las pesadas maletas que llevas a cuestas. Todo lo que llevas dentro de ellas. Personas que dejaste atrás. Que ya te han olvidado. Familiares con los que no puedes hablar tanto como quisieras. Que siguen su vida sin ti. Contactos que podrían hacerte la vida más fácil. Que no sirven de nada, ni aquí ni ahora. Estás extraviado. Los caminos se confunden.

Y aún así, no hay más que tres posibles opciones.
1.- Huir de nuevo a tu país y enfrentarte a todo lo que tenías y que ya no tendrás de nuevo. Todo ha cambiado.
2.- Quedarte donde estás sabiendo que la situación no mejorará de la noche a la mañana. Aún quedan muchas lágrimas por soltar.
3.- Huir a otro sitio y empezar de nuevo. Una vez más.

No obstante, todo lo anterior son nimiedades. Miedos insignificantes. Nada es tan pesado y doloroso como tener que rendirte cuentas a ti mismo para llegar a la terrible conclusión de que te has fallado. Te has equivocado. La has cagado en grande. La situación es monumental. Momento aterrador. Hacer balance. Ver que no avanzas a ninguna parte. ¿Alguien tiene un remedio, unas gotas caseras o algún efervescente que alivie ese dolor del fallarse a uno mismo?

A veces tengo temor... de llegar a mayor y seguir siendo una más del montón, una más de la sociedad promedio, de seguir sin avanzar, de estudiar y no hacer nada con lo que aprendo, de buscar y no encontrar.
A veces vergüenza... de no poder alcanzar lo que quiero, de no saber cómo, de no valer lo suficiente, de tener que conformarme con lo que llega a mi puerta.

¿Y cómo se come el temor a fallar o, peor aún, la vergüenza del orgullo alicaído por no ser quien quieres ser?

1 comentario:

Unknown dijo...

Esta es una de las mejores cosas que has escrito