29 abril 2010

...de humildades y fracasos

...es curioso que salga algo bueno de algo malo.
Sin embargo, así funciona.

La historia es corta. Cumplía cuatro años, o cinco. Realmente no lo sé. Pero era esa edad. Yo vivía con mi abuela, mi tía y mi prima en un pueblo llamado Boconó que queda en los andes de Venezuela. Esa etapa me marcó. Y ese día en particular moldeó lo que sería el resto de mi vida. Al menos lo que llevo vivido hasta ahora.

En Venezuela, las niñas crecen viendo el Miss Venezuela y oyendo el cuento, una y otra vez, de que somos el país de las mujeres bellas y el que más coronas se ha llevado por eso. Yo no quiero ahondar en el tema, al menos no en este post. Este es mío. Me lo reservo para contar lo que viene.

Retomo entonces. El día de mi cumpleaños. Mi mamá había viajado ocho horas desde Caracas para estar conmigo, cosa que lo hacía más especial. Me hicieron una fiesta en uno de los patios traseros de la casa de mi tía. Todas las niñas del pueblo estaban invitadas. Y un montón de gente más que también era como parte de la familia. Jugábamos al Miss Venezuela. La corona me la planta en la cabeza mi mamá. Y volvemos a empezar otra ronda para decidir la sucesora. Me salgo del juego porque voy a la cocina a buscar algo de comer. Ja. Cosa nada rara en mí. Me encuentro a mi tía quien muy conscientemente me dice que sólo he ganado por ser la cumpleañera. Sus palabras: "todas esas niñas son mucho más bonitas que tú".

Eso a los cinco años es como una bomba de tiempo. Un detonante de lágrimas disparadas a presión. Sin embargo, yo no lloré. Cogí mi comida y me fui. Pasé olímpicamente de ella y su comentario.

En los años siguientes no he sido tan fuerte. Nunca se me ha borrado esa imagen de la cabeza. Jamás he escuchado recuerdos tan claramente. Fue una frase que sin dudarlo me marcó para siempre. Algo que me repito día tras día. Y lo que me mantiene anclada al suelo la mayoría del tiempo.

Desde ese momento entendí que no era bonita. Que sólo podía obtener lo que quería valiéndome de esfuerzo y de demostrar que soy buena en lo que hago. Que no me podía dormir en los laureles esperando a un príncipe azul que se prendara de mi. Que debía destacar del resto. Pero no por belleza porque, claro, ese don pasa de mí.

Hoy. Me lo repito diariamente. Lo he asumido como lema mental y personal. Lo sé y lo recuerdo cada vez que me miro al espejo. Sale a flote cada vez que alguien me hace algún cumplido. Se esconde tras la "humildad", pero no lo es. En realidad es fracaso. Complejo. Y lo lloro cada vez que me viene a la memoria.

Aún así, doy gracias a mi tía por tan sabias palabras. Me he esforzado muchísimo. Nunca fui la mejor de la clase, mucho menos la más bonita. Pero me gradué. He trabajado un montón siempre y en todo. He aprendido idiomas y aún sigo en ello. No me conformo. Siempre quiero más. Nunca es suficiente.

No soy bonita. Hay muchísimas mujeres que son mucho más bonitas que yo. Que son hermosas. Que pueden tener lo que quieren con tan sólo una mirada. Pero no, ese no es mi caso.

En este caso ha salido algo bueno de algo malo.
Así funciona.

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