["El estruendo del disparo me llegó lejano, como eco de tormenta que se aleja.
No hubo dolor..."]
No hubo dolor..."]
Llegué y nos presentaron. Como dos venezolanos que se encuentran en la mitad de la nada. Sabiéndolo todo. Y sabiendo nada al mismo tiempo. El acento. Lo primero que notaste. Mi forma de hablar. De ser. De esconderme. De camuflarme, quizás, tras unas formas que no me pertenecen y que, sin embargo van conmigo a donde quiera que vaya. En el fondo supe que me descubriste. Pero no me importó. Y entonces allí en la mitad de la gente, del bullicio, de la música y las conversaciones ajenas, me perdí en tus ojos. En las palabras que brotaban de tus labios. Noté tu cicatriz. Esa que dividía tu asomo de bigote en dos partes desiguales, asimétricas. Y sentí ternura. Y allí me supe más perdida. Me deslicé por la perdición como un niño enamorándose a la espera de la navidad. Y supe que no serías mío. En el fondo lo supe. Desde la lejanía del desastre. Desde la certeza del que sólo conoce su nombre bañado en soledad.
Simplemente me dejé caer. Muy a mi pesar. Aún sabiendo que no podía llevar a nada bueno. Decidí jugar un juego que me venía grande. Pues fui sólo una chiquilla jugando a ser mayor mientras arrastra los tacones de mamá. Y a pesar de ello, a pesar de saberlo y de entenderlo como nadie, seguí. Sin importarme que la mencionaras. Sin importarme su presencia instalada en su ausencia. Y me la imaginé. Tan perfecta como pude. Tan justa a esa misma imagen que, sin querer, me hice de ti.
Y luego te perdí la pista. Hui. Porque sabía que era una partida destinada al fracaso. Y decidí fugarme de esa casilla ante la imagen desolada de verte pasar. De sentirte a lo lejos. De espiarte en la distancia.
Nos despedimos. En cualquier gesto busqué tus ojos. Y allí terminé de caer. Quise depender de la nada del momento. Del absurdo. Y seguirte tras la idea de algo que nunca sería. Me quedé atrapada en el loop de tu brazo en el mío. En el "cuídate" que me dijiste a modo de adios.
Pediste fuego para encender un cigarrillo que te acompañase a casa. Yo, por mi parte, decidí seguirte. Corrí tras tu estela. Aferrándome al tacto de tu despedida. Así que corrí cuanto pude. Hasta que te alcancé.
Me paralicé al verte. No pude moverme más. Mis piernas querían seguir a pasos agigantados. Pero mi conciencia me frenaba. La segunda pudo más. Desde allí te vi avanzar hacia la noche. Alejándote de mi. Contemplé la luz de tu cigarrillo. Y mi valentía se esfumó con sus cenizas. Quise gritar con todas mis fuerzas tu nombre. Verte voltear. Verte venir a mi. Quise que fueses mi Salvador. Pero no hubiese sabido qué decirte. Sólo quería sentir tu presencia por un rato más. Aunque significase más perdición.
Cerré mi boca como pude. Ahogándola con los pasos que no fui capaz de dar. Te llamé en silencio. Pero no volteaste. Nunca me oiste. Y seguiste de largo hundiendo mis suspiros y mi esperanza con la colilla del cigarrillo deslizándose por tus dedos.
Y yo también seguí. Hasta perderme entre la gente. Queriendo olvidar tu nombre y tu rumbo. Intentando no recordarte. Intentando dejarte como una tormenta que se siente a lo lejos y que se pierde con el paso de los minutos.
No hubo dolor...
...sin embargo, aún siento que sangro sin quererlo.
Simplemente me dejé caer. Muy a mi pesar. Aún sabiendo que no podía llevar a nada bueno. Decidí jugar un juego que me venía grande. Pues fui sólo una chiquilla jugando a ser mayor mientras arrastra los tacones de mamá. Y a pesar de ello, a pesar de saberlo y de entenderlo como nadie, seguí. Sin importarme que la mencionaras. Sin importarme su presencia instalada en su ausencia. Y me la imaginé. Tan perfecta como pude. Tan justa a esa misma imagen que, sin querer, me hice de ti.
Y luego te perdí la pista. Hui. Porque sabía que era una partida destinada al fracaso. Y decidí fugarme de esa casilla ante la imagen desolada de verte pasar. De sentirte a lo lejos. De espiarte en la distancia.
Nos despedimos. En cualquier gesto busqué tus ojos. Y allí terminé de caer. Quise depender de la nada del momento. Del absurdo. Y seguirte tras la idea de algo que nunca sería. Me quedé atrapada en el loop de tu brazo en el mío. En el "cuídate" que me dijiste a modo de adios.
Pediste fuego para encender un cigarrillo que te acompañase a casa. Yo, por mi parte, decidí seguirte. Corrí tras tu estela. Aferrándome al tacto de tu despedida. Así que corrí cuanto pude. Hasta que te alcancé.
Me paralicé al verte. No pude moverme más. Mis piernas querían seguir a pasos agigantados. Pero mi conciencia me frenaba. La segunda pudo más. Desde allí te vi avanzar hacia la noche. Alejándote de mi. Contemplé la luz de tu cigarrillo. Y mi valentía se esfumó con sus cenizas. Quise gritar con todas mis fuerzas tu nombre. Verte voltear. Verte venir a mi. Quise que fueses mi Salvador. Pero no hubiese sabido qué decirte. Sólo quería sentir tu presencia por un rato más. Aunque significase más perdición.
Cerré mi boca como pude. Ahogándola con los pasos que no fui capaz de dar. Te llamé en silencio. Pero no volteaste. Nunca me oiste. Y seguiste de largo hundiendo mis suspiros y mi esperanza con la colilla del cigarrillo deslizándose por tus dedos.
Y yo también seguí. Hasta perderme entre la gente. Queriendo olvidar tu nombre y tu rumbo. Intentando no recordarte. Intentando dejarte como una tormenta que se siente a lo lejos y que se pierde con el paso de los minutos.
No hubo dolor...
...sin embargo, aún siento que sangro sin quererlo.
1 comentario:
Sábila!
La sábila ayuda a cicatrizar heridas... ó es curar cicatrices? Aunqueee si la herida sigue sangrando que será? anticoagulante?
Bueno en todo caso lo que sí es indiscutible es la necesidad de una transfusión, pero ya!
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