29 julio 2012

Las mujeres malditas.

Donde todo comenzó...

Olga

Originaria de Curaçao, su temperamento era tan voluble como una tormenta de verano. Con ella, nunca se sabía. Emocional hasta la médula. De sus venas nació el lema familiar: "yo siempre tengo la razón" (incluso si estoy equivocada o si no tengo ni idea de lo que estoy hablando). Según cuenta la historia, para darle el si al pelirrojo, fue más dura que tratar de pelar un coco con las uñas. Lo volvió loco. Le hizo disfrazarse y pintarse de negro para pasar desapercibido y no accionar el botón de su rechazo. Sin embargo, una vez pasado el obstáculo de su prejuicio, se creó una familia que lleva ya algunos años a cuestas. Con un apellido a dos aguas.

Obstinada y testaruda como ella sola, se ocupó de cinco. Lloró por aquel al que perdió antes de lo que debía. Y continuó con los otros cuatro que quedaron. Dándolo todo por ellos. Ella, la fundadora. La cabeza del hogar. Conservadora de la cultura, de las costumbres, de las raíces. Amante de los vestidos con fondo. De la imagen propia de muñecas salidas de una vitrina de alta costura. Ella, la que reunía a toda la familia, a regañadientes, para estar juntos en las fechas importantes. Ella, la que tenía que ponerle voz a todo lo que pensaba. Ella, la contradictoria. Ella, la generosa e incondicional. 

Ojos multicolor. Aún recuerdo su avena caliente a las seis de la mañana. El olor de su talco. La forma en que se cortaba las uñas. Las arrugas que no perdonaban el paso del tiempo en sus brazos. Y la noche en la que, con un corazón roto, me ayudó a subirme a un taburete para despedirme de su pelirrojo. Ese al que perdía poco a poco en la oscuridad de unos pulmones demasiado dañados. La imponente figura del machete que metió debajo de la almohada para protegernos por si alguien entraba a la hacienda. Ella en la cocina, de pie sobre esas baldosas color terracota, abriendo esos gabinetes cuyo diseño aún llevo tatuado en el alma.

Rebelde como era, ella se salvó de la maldición. Quizás porque fue la única valiente capaz de pelear con uñas y dientes por lo que tenía y por lo que quería.

Ella le dio el si. Porque él lo valía. Ella creó una familia. De la nada. Lejos de todo.
Ella lo amó hasta el día en que murió. Y a su lado descansa desde entonces.

Ella, la gran Olga, era mi abuela.
El espejo en el que quiero reflejarme.
Donde todo comenzó...

2 comentarios:

Unknown dijo...

éste está buenísimo.

Le pongo una estrellita ^^

hijo dijo...

estas cositas que te sacan el corazón del pecho, lo llenan de azúcar y lo vuelven a colocar dentro. como si nada :)
gracias