25 febrero 2010

...espécimen # 2

El chico del nombre extraño.
Aún hoy somos cobardes.

Tamanaco es un nombre poco común incluso en Venezuela. Sin embargo, yo tengo dos en mi lista de amigos.

A este Tamanaco lo conocí estando en la universidad. Solía verlo sentado en el murito, justo delante de la escuela. Me ponía de los nervios porque se me quedaba mirando fijamente con esa mirada que te escudriña hasta el lado izquierdo de la masa cerebral y que te desnuda frente a la multitud bajo toda la luz del sol. Y yo odio que me miren. Me da repelús. Pero él no paraba.

Cuando lo conocí me di cuenta de que era mucho más intenso de lo que parecía y de lo que yo creía. Era callado. Afilado en sus comentarios. Más ácido que un limón en su pleno punto. Pero simpático. Inteligente. Interesante.

Se reía de mis continuas críticas, de mi pesimismo e, incluso, de lo respondona que soy. Aún hoy es así. Dice que soy muy rebotada. Tiene razón.

El caso es que me gustaba sentarme a su lado en el murito. Descansar entre una clse y la otra. Eran momentos de culto. Verle los tobillos. Conversar. Soltarle mis decálogos sobre temas ineptos. Oírle reír. Perder mis ojos en sus manos. Tan masculinas. Tan blancas. Seguir el ritmo de sus palabras y de su voz. En fin, que me gustaba. Algo de él me atraía. Ese "noséqué" tan común y tan incierto. Pero era muy cobarde para decírselo.

Es uno de los pocos que ha estado pendiente de mí desde que salí de Caracas para mudarme a Madrid. Una ventana en el Messenger. Un correo amable por mi cumpleaños. Una frase de ánimo cuando la necesitaba.

El año pasado llegó a confesarme que estaba loquito por mí. Esa era la razón de las miradas fuera de disimulo. Sin discreción. Esa era la razón que tanto me incomodaba. La que no sabía. La que no imaginaba. La que tanta rabia me causó cuando lo supe. Todo hubiese podido ser diferente. O no. Pero ya hoy nadie puede saberlo.

Mucha gente sabía que yo le gustaba. Menos yo. Cierto que alguna vez me hicieron comentarios. Pero no lo creía. Y él no dio ningún paso. Me creía junto a Kevin y se cortó él solo la historia. Por miedo a la posible respuesta.

Ya ha pasado un buen tiempo. Muchas palabras. Varias llamadas. De Caracas a Madrid. De Madrid a Caracas. Una cicatriz. Un "voy a encontrar la manera de que podamos estar juntos. Eso es seguro". Ya no lo es tanto. Dejó de serlo. Desapareció.

Sin embargo, presas de eso que dejamos de hacer, por miedo o por lo que sea, aún hoy somos cobardes.

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