Anoche fui a cenar a casa de unos amigos de mi madre. Fuimos las dos porque están unos familiares de ellos de visita por aquí. Venezolanos todos, por supuesto. Los amigos. Su visita. Mi madre y yo. Pero qué diferencias entre unos y otros.
Los amigos. Seis años viviendo en Madrid. Acostumbrados ya a cómo se mueven las cosas por aquí. Acostumbrados a las tradiciones. Al lenguaje directo y "repujado" (como me gusta decirle), ese que es tan típico madrileño, el de decirte las cosas con retrechería y el toque justo de prepotencia. Bueno, en fin. Acostumbrados a Madrid, a España y a todo lo que se menea por este lado del mundo.
Su visita. Venezolanos. Venezolanísimos. Los del whisky meneado con el meñique. Los de shorts, polo y sandalias para andar por casa. Los de la cadena de oro tan grande y pesada que les dobla el cuello. Los de la barriguita cervecera: redonda, dura y pa fuera. Los médicos. Nota [funda]mental: En Venezuela ser médico es sinónimo de caché, de poder, de bolsillo lleno. Si eres médico, muy probablemente, eres más importante que el mismísimo presidente de la república. El médico abre la boca e inmediatamente se abre un hueco en el cielo, sale un foco de luz y un halo angelical con musiquita incorporada para adornar las valiosísimas palabras que tiene por decir. Aunque se trate de un "coño chamo, pásame esa vaina ahí". El contenido es lo de menos. Lo de más es la forma.
Mi mamá y yo. Venezolanas. Holandesas. Musiús o guiris. Dependiendo de la latitud y del gusto de quién lo diga. Acostumbradas a una cosa y a la otra. Con ojos críticos hasta en la espalda. Vemos al de aquí, al de allí y al de más allá. Nos vemos nosotras. Y sacamos conclusiones propias.
La mía.
El venezolano tiene una maña indiscutible que lo caracteriza. Se las sabe todas, más una. No te conoce pero te investiga la vida completa y sabe lo que tienes que hace para mejorarla. Y lo peor: ¡te lo dice! Justo después del "encantado de conocerte", espera dos segundos y va y te suelta la retahila de cosas que lleva mascullando en la cabeza desde que te vio llegar.
Sin embargo, no soy tan estúpida como para no saber que al venezolano se le debe escuchar con un sólo oído, porque con los dos sería muy perjudicial para la salud mental. Y yo hice exactamente eso. Escuche y sonreí. Mientras, practiqué mi gran poder de abstracción. Y como la educación me sale solita, luego bromée con él un rato sobre el mercadeo, dándole la vuelta a su propia tortilla. Después, tan contenta, me fui a casa y a dormir.
No obstante, esta mañana me despierto con todo esto revoloteando en mi cabeza. Lo comento con mi mamá frente a dos pozos de café. Me parece fascinante que el venezolano siempre se crea más inteligente que los demás. Incluso que sus compatriotas. Y que además, se de el lujo de decirte lo que tienes que hacer para solucionarte la vida. Para ellos todo es fácil. Sólo es cuestión de hacer buen mercadeo y forrarse en billetes.